domingo, 24 de agosto de 2008

Bienvenido a casa

La reacción del cuerpo cuando después de pasar un buen rato por ahí toca volver a casa a eso de media noche siempre es la misma. Todo se mueve despacio, el metro nunca llega, la gente que te rodea tiene una estúpida exaltación que no compartes y tus energías parecen difusas recordando los momentos que acabas de dejar atrás. Prácticamente arrastrándote, vuelves a casa sin ganas de nada.
En el trayecto, procuras buscar el rincón más apartado y solitario hasta que unos indeseables te invaden y incordian con sus molestas voces y risistas. ¿Qué pasa? ¿No teníais otro sitio? Lo peor de todo, es la ultima moda de los seres más despreciables, en cuanto a civismo cotidiano se refiere, y ponen su ridícula música con el móvil. Resulta que la tecnología también sonríe a la falta de decoro. Porque si un grupo de imbéciles se pone a contar historias sin sentido y así se divierten, pues tranquilamente te jodes y piensas en otra cosa (más que nada porque uno, aunque con más educación, también molesta en ocasiones), pero cuando tienes que aguantar a alguien así de anormal, tu mente sólo se centra en invitar al sujeto a utilizar la estupenda función vibratoria del aparatito mientras se lo introduce por su orificio más intimo.
Afortunadamente, anoche sucedió que en un intento de amargarme el trayecto, según detectaba el acecho de un grupo de estos incordios, me adelanté subiendo el volumen del mi música y según se disponían a contaminarme, yo escuchaba un interesante duelo entre saxofón y guitarra que parecía doblar sus voces. No estaban perfectamente sincronizados, pero diría que he visto Playbacks peores. En cualquier caso, todo el odio natural que desprendía hacia los intrusos, mutaba en una graciosa simpatía de ver un espectáculo en directo tan esperpéntico nacido del contraste entre la maravilla que entraba por mis oidos y sus desfiguradas caras lejanamente parlantes.
Así una buena velada, no tuvo el final amargo que solía acompañar.